Quien diría que estamos en Navidad.
Con una mano recojo un puñado de arena y lo voy derramando lentamente sobre la otra, realmente es una sensación bastante agradable, hace calor, el cielo está despejado y una suave brisa recorre la playa y alivia a todos los que al igual que yo, hemos ido a pasar una buena tarde… de diciembre junto al mar.
Se hace bastante fácil y apetecible iniciar un balance del año cuando un suave sol te acaricia la piel, el inicio de nuevos proyectos, de nuevos pasatiempos, altibajos, momentos felices, tristes… ¡buf!, ¡un año da para mucho!.
Una de las cosas que recuerdo con mayor claridad, es la diferencia del antes y el después cuando se toma una decisión. La inseguridad a lo desconocido y el miedo al fracaso pero también la satisfacción de haber dado el paso, el pensar, ¡pero qué fácil era!, ¿por qué no lo intenté antes?, o el saber que, aunque no salió bien, se intentó con muchas ganas.
Día a día tengo la certeza, cada vez mayor, que hay que aprovechar cada segundo y que las caídas solo nos hacen más fuertes, ¡que diferente es leerlo a sentirlo!.
Un niño corre hacia la orilla, deja que el mar le haga cosquillas en los pies y con un grito de alegría corre de nuevo hacia la toalla multicolor que ocupa su madre.
Alegría… mis pensamientos vuelan en esa dirección, este año han sido muchas y en contextos varios, quién me diría a mí, reina de lo estable y seguro, que llegaría a apasionarme tanto un deporte que requiriera sólo y exclusivamente fuerza de voluntad y ganas de superación. Siempre he sido conformista, aún hoy pienso que no es para nada un sentimiento malo, hay quieres desean ver mundo, conocer gente nueva o aspirar a una vida mejor o “más” llena de comodidades, y hay quienes, simplemente aspiran a ser feliz con lo poco que les ha tocado en suerte.
Querer vivir sólo para deleitarte con todo lo que hay a tu alrededor no tiene nada que envidiarle a aspirar a éxito, fama o reconocimiento. Ahora, con este deporte, simplemente puedo ser yo, sólo me exijo lo que estoy dispuesta a dar y gano una recompensa moral acorde al esfuerzo que he decidido emplear. No compito con nadie.
Me encantan los perros así que ya no me extraño cuando me doy cuenta de que puedo dejar la mente en blanco simplemente con ver el ir y venir de un perrito castaño por toda la playa, siempre en busca de un cariño o una golosina y fiero guardián a la hora de evitar que las eternas palomas descansen sobre la arena.
Dama, Mica, incluso Negrita, y antes de ellas, Cosmo, Tor, Boby y Galeón, Blanquita… Luna, ¡aunque es un gatito me muero por ella!, siempre que miro hacia atrás no logro recordar un solo momento de mi vida que no haya compartido con uno de estos animalitos, la llegada de Luna a la cual salvé del triste final del saco que muchos conocemos, la noche en vela junto a Cosmo y el gotero antes de dejarnos, lo fiel que era Boby aunque pocos lo entendiesen… ¡Mica! Ese pañuelo peludo que vi una mañana legañosa en brazos de mi abuela y Dama, tan independiente pero a la vez tan necesitada de cariño, tan fiel, su recorrido de la terraza a mi cuarto para asegurarse que todo está correcto y ese hocico entre la puerta cuando sabe que algo no va bien…
Lo amarillo y brillante empieza a tornarse anaranjado, rojizo y sosegado. Quedamos pocos y la música principal de este día que torna noche es el ir y venir de las olas contra la orilla. El aire ya no es tan cálido y ese ligero frío me recuerda las fechas en las que estamos, Navidad, invierno, familia… Observo como muchas madres (¡matriarcas incansables!) deciden volver al hogar, y la playa poco a poco, va adquiriendo una tonalidad de tristeza y paz.
Aquí lancé hace mucho tiempo un anillo y con el un sentimiento de amor hacia el mar, hacia el olvido, y aquí también encontré mi mitad desconocida, mi espejo tanto tiempo velado que a lo largo de estos años me mostraría que debiera suavizar y que aprender. Podría decir, sin duda alguna, que esto, él, mi pequeño proyecto, es lo único que nunca dejaré a medias, que a lo largo de mi vida seguiré experimentando alegría, tristeza y plenitud hasta el final, cuando muchos años más tarde, vuelva aquí y no quepa una pizca de duda en mi mente al pensar, mereció la pena entregarte mi vida aquel día.
Suena el móvil, ¿dónde estás?, ¿tardarás mucho?, tu abuela quiere… sonrío, me encantan las tardes aquí, en mi tierra y con los míos, y nunca las cambiaría por nada… aunque no pierdo la esperanza de ver nevar en Navidad.
Cuanta ternura puede haber en algo escrito casi sin palabras mas dejao..! Si escribes un libro yo le pongo la caratula.
ResponderEliminarNo es mala idea no... me encantan tu dibujos!
ResponderEliminar