Me despierto bien entrada la mañana, en la calle llueve, el día amanece húmedo y frío, las gotitas de lluvia chocan contra el cristal de la ventana, haciéndose notar.
Primero se desperezan los sentidos, el suave tacto de las sábanas de franela, el roce de un peluche rebelde y luego poco a poco, los olores, olor a tierra mojada, a casa, a café y pan caliente.
Cuando por mucho que intento retener esos últimos jirones de sueño, aún con los ojos perezosos, llega el mejor momento de la mañana, el beso de buenos días. Electrificante y confortable a la vez.
Durante unos segundos, solo puedo pensar en lo dichosa que es mi vida, en que podría caerse el cielo en pedazos que no modificaría ni un ápice la felicidad que siento y lo curioso que resulta, que en toda la magnitud del universo, algo tan pequeño como tu corazón, pueda colmarme de tanta alegría.
¡Aceituna, despierta ya! - me dices con una sonrisa en los labios y una bandeja llena de aroma y colores en las manos - eres peor que un oso... ¿lo sabías?. No puedo más que ronronear de puro gozo, pero abro mis ojitos traviesos, escondida entre las confortables mantas y miro con deseo el desayuno que me aguarda.
Dejas todo en la cama y pones algo de música, a costado bastante tiempo y paciencia, pero mis oídos desentrenados empiezan poco a poco a apreciar la sutileza de las melodías poco comerciales y descolgadas de la moda o actualidad. El ambiente es fantástico, te acercas a la ventada, ruedas apenas unos centímetros las cortinas y te quedas observando la lluvia resbalar por el cristal.
Pienso que nunca llegaré a conocerte del todo, quizás fue un atizbo de tristeza eso que destelló por unos segundos en tus ojos, se que hay mucho más de lo que compartes conmigo, pero también se que tengo toda una vida para descubrirlo. Valoro, que la espera no es necesariamente una tortura mientras mordisqueo una galleta. Es muy cómodo estar a tu lado.
Vuelves a correr las cortinas y me miras, caigo en la cuenta de que he de tener una pinta bastante cómica, con el cabello revuelto con algún que otro rizo rebelde cayendo sobre una de tantas camisas tuyas que me resultan tan extremadamente cómodas para dormir.
-¡Eh, ven aquí o acabaré siendo una novia gorda y fea y no me querrás tanto, como siga comiéndome todo esto yo sola!, te hago señas a mi lado y relego a Drilo a un segundo plano, tu vuelves a reír, te acercas, me besas en la frente y empiezas a servirte un poco de zumo.
...y la mañana borda besos, cosquillas y caricias entre gotas de lluvia y olor a felicidad...